lunes, 22 de octubre de 2012

Don't die.

Frío.

Agonizante.

Cada calada de aire es como una delgada navaja que fácilmente atraviesa tu piel. Que corroe tu cuerpo, sin darte posibilidad de escapar, de salvarte. Sólo sientes el olor metálico y el hilillo cálido que recorre tu cuerpo desde las heridas recién abiertas.

¿Son reales? ¿O sólo es producto de tu imaginación?

No puedes abrir los ojos, pero percibes. La presencia de alguien cerca de ti, es sumamente notable. Sientes su respiración acercándose, acelerándose. Y estás cansado. Sólo deseas que el dolor, que el frío, que la agonía latente de cada momento termine de una vez por todas. Aunque eso signifique morir.

Inseguridad.

No lo sabes. No entiendes cómo pasó. Cómo de estar allí, pasaste a estar acá. Cómo te mueves de un lado a otro sin poder levantar ni una partícula de tu cuerpo. Cómo no sientes la energía fluyendo de ti si sientes, por completo y en profundidad todo lo demás. Todo el dolor.

Y a aquella persona que no hace más que observar.

Quieres pedir ayuda. Quieres decirle que llame a una ambulancia o te lleve a algún hospital o, que sencillamente te mate de una vez por todas. Pero no te oye, parece que está a miles de kilómetros de distancia.

Intentas dejar la mente en blanco, sin pensar en absolutamente nada más y quedarte con lo que tienes, no esperando ni queriendo nada. Sólo ahí. Tirado. Asustado. Con frío. Agonizando.

Pasan las horas, y sientes cómo las heridas coagulan endureciéndote la piel. Es como si una dura, pero frágil capa te cubriera por completo todo el cuerpo. Impidiéndote aún más la capacidad de moverte. De respirar si quiera.

Sólo te queda esperar y lo haces. Y cuando piensas que no va a pasar nada más y te quedarás así. Inmóvil. Incapaz para siempre. Llega esa suave y melódica voz con la que muchas veces soñaste.

-No sé si me escuchas… pero, lo siento. -siempre quisiste escuchar esas palabras. Siempre. De esa misma boca. No recuerdas exactamente de quién es pero sabes que te importaba. Y que necesitabas escuchar lo que te dice.

Sientes que morirás. Que aquellas palabras son las últimas antes de que todo se vaya a negro.

No sabes cómo, tu cuerpo comienza a relajarse, a suavizarse. Y sientes cómo una tersa y fría mano te toca, reconfortándote. Necesitas sentir más, aunque antes no querías porque todo era dolor y te sumías en la agonía cada vez más, esto nuevo, por sencillo que sea es muchísimo mejor.

-Por favor, vuelve. Te necesito… -vuelves a escuchar esa voz. No sabes cuánto tiempo pasa. Ni los días, ni las horas, ni los minutos, ni los segundos. Ni siquiera sabes si todo lo que sientes es completamente real.

Cada vez que vuelves a pensar en cómo te sientes, que tratas de no hacerlo tan seguido, te sientes mejor, con aquella compañía que percibes, empiezas a despertar de esa agonía.

Y mientras el tiempo más rápido pasa, más escuchas la suave voz; "de la ninfa", le llamas.

-Por favor, no mueras… no sé qué haría. Por favor… -sientes cómo la ninfa te suplicas y te propones demostrarle que no la defraudarás, ya que, ¿quién más ha estado contigo en este tiempo de agonía? ¿De frío?

Te propones volver a moverte. Volver a la verdadera vida.

Pero la oscuridad te envuelve y está decidida a llevarte con ella.

Luchas, te retuerces -en tu mente-, y peleas por quedarte.

Ella te arrastra y te maltrata, sin importar cuanta resistencia pongas al parecer es más fuerte. Y cuando no te queda más fuerza para luchar, y la voz de la ninfa desaparece del todo, te relajas y dejas que el destino haga lo suyo. La oscuridad te abraza y te toma, te lleva, y tú sólo te dejas porque estás cansado de reñir con ella. Te desvaneces mientras sonríes. Sí, la movilidad de tu cuerpo volvió. Sonríes y respiras profundamente, esperando que la muerte te siente bien. Que no sea dolorosa, que te deje descansar por fin.

Pero cuando ya no sientes nada más te asustas. No es cómo lo imaginabas. No ha ocurrido nada.

Sientes.

Vives.

Abres los ojos.

La ves a ella.

Le sonríes.

-¡Enfermera! -grita y tú no sabes qué hacer o qué decir, tu corazón late cada vez más fuerte y quieres tocarla, abrazarla, besarla. Ella lo nota. Se acerca a ti y suspira.- gracias por escucharme.

No sabes cómo está segura de que lo hiciste. Aunque está en lo cierto, tú aún no dices nada. Sólo esperas que la vida, después de esos días, quizá semanas, o quizá horas de agonía sean mucho mejores.

Con ella, pues más que mal, ella te pidió que no murieras y aunque te rendiste, no lo hiciste.

¿El destino? Quizá, sólo quizá sí existe.

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