domingo, 18 de marzo de 2012

Reencuentro

Tienes ansiedad.

Por fin la verás. Radiante. Hermosa. Por fin la verás después de tan largo tiempo... podrás estrecharla en tus brazos, besarle, acariciarle, mirarle, sonreírle. Decirle te amo, después de meses de agonía. La amas. Y en poco tiempo estará ahí de nuevo para ti.

Caminas por aquella estación repleta de gente. Hombres, mujeres, niños, ancianos... pero en realidad no ves a nadie. Está vacía. Sólo estás tú esperando que tu princesa llegue. Que la chica de tus sueños por fin esté a tu lado.

Ves su hermoso cabello ondeando al viento, luego sus ojos, luego su nariz... su boca, entreabierta, que de seguro quiere decir algo y no sabe qué.

La ves y el corazón se te acelera. La ves y esperas que venga a ti mientras tú vas hacia ella.

Está cada vez más cerca. Cada vez escuchas más su respiración agitada... y en el momento justo que comienzas a escuchar los frenéticos latidos de su corazón la sientes estrechada entre tus brazos. Sintiéndose segura nuevamente.

-Te extrañé demasiado... -susurra en un suave silvido que apenas oyes. Quieres decir algo. Quieres decir muchas cosas, pero sólo la miras directamente a los ojos por un par de segundos, y le das el beso con más cariño que jamás has dado. La tienes por fin junto a ti y sueñas, deseas y anhelas, no perderle jamás.

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lunes, 12 de marzo de 2012

No digas nada...

-Shh... -esa voz. Esa voz fría y embriagante que se escucha en un susurro. Te llama. Te busca. Te habla.

Tú estás en tu cama, en tu habitación. Durmiendo. Soñando. Pero en tu pecho, en tu cabeza, en tu garganta sientes cómo esa característica voz te pide silencio.

No lo entiendes. La casa está en penumbra, no hay ni siquiera un grillo notando presencia pero sin embargo hay un susurro que te hace callar.

Te despertó.

Intentas seguir durmiendo pero ya no puedes, porque piensas, piensas cómo esa combinación de letras reclama silencio. ¿Con qué derecho?

Te revuelcas en la cama un par de veces por si acaso.

-Shhh... -esta vez dura un poco más. Abres los ojos y no vez nada. La luz está apagada y deben ser las tres de la mañana. No hay luna... te sorprendes. Hace tiempo que no veías una noche sin luna.

Recuerdas nuevamente aquel sonido y entrecierras los ojos frustrado.

¿Qué será? Te sales de la cama, decidido a averiguar qué ocurre en tu hogar.

Das los pasos lentamente, con cautela. Inconscientemente intentando no hacer ruido. Al parecer los pasos que das son cortos; o es así, o el pasillo que día a día recorres en unos segundos, se ha alargado. Es eterno. Jamás termina y el que esté todo, por completo, oscuro no ayuda en nada.

Cuando por fin llegas al salón sientes aquel suave aroma a menta dulce que te lleva de inmediato a tu niñez. A aquellos días en que salías de paseo al jardín y mirabas con intriga todas las plantas que habían en la tierra. Las tocabas, les sacabas las semillas, las olías... y así, así te quedó aquel olor dulzón grabado en las fosas nasales. Para siempre. Infancia. Eso te recuerda.

Intentas prender la luz pero al girar el interruptor no ocurre nada. ¿No hay luz? Te preguntas el porqué tu radio sonaba mientras dormías. O era un sueño, o se cortó mientras caminabas por el eterno pasillo.

-Shh... sh... -ahora se repite dos veces y ligeramente aquel sonido te lleva hacia el comedor. Está oscuro. No vez nada. No puedes identificar quién es el que implora silencio.

Sientes algo de miedo, recién ahora porque al parecer despertaste un poco más. No eres ajeno a la realidad y sabes que hay algo. Algo desconocido. Algo que quiere comunicarte algo. Tu cuerpo como acción reflejo tirita un poco pero intentas mantenerte firme a la situación. El olor a menta cada vez es más fuerte y llega a ser molesto.

-Silencio... -articula la voz fría por primera vez y tu te quedas cómo piedra. Viene de abajo. Te agachas. Estás bajo la mesa, esperando. No sabes porqué. No sabes qué estás haciendo... sólo esperas.

Y esperas.

Y esperas otro poco hasta que una fría y dura mano te coge el brazo sobresaltándote.

No ves nada. Está todo oscuro. Tu corazón se agita rápidamente cada vez más y sientes y gélido aliento en tu oído. Sabes que volverás a escuchar la voz de aquella cosa, pero te sorprende que no la escuches en tus oídos.

Suena directamente en tu cabeza.

"Shh... silencio. No digas nada. Guarda el secreto." Intentas apartarte. Intentas salir corriendo pero no puedes. Estás congelado ahí abajo junto aquella cosa que no hace más que atormentarte. "Vamos, es sencillo. No digas nada... tú puedes. No necesitas hablar. No puedes. Guarda silencio. No digas nada. Cierra los ojos y olvida dónde estoy. Quién soy. Nadie puede saberlo. Nadie puede saber nuestro secreto... ¿Es nuestro, verdad? Muérdete la lengua aunque mueras por contarlo. Muere. Muere literalmente antes de hablar."

Tienes pánico. Quieres gritar pero estás paralizado. Sin importar cuando lo intentes, no puedes. Mientras estás ahí, las palabras de aquella cosa, quien por cierto todavía te sujeta el brazo, comienzan a cobrar sentido. ¿Secretos? Tienes un secreto. Un secreto que jamás se lo has contado a nadie. Que nadie puede saberlo. Tiene que ver con una noche oscura, sin luna. Y con un jardín de menta. Con eso, y alguien más...

Imposible. Lo sabes. Es completamente improbable que así sea. No puede ser.

Pero de pronto una luz de no sabes dónde se enciende y lo ves frente a tus ojos. Aquella persona que debería estar muerta. Que tú mataste aquella noche. Está al lado tuyo tomándote del brazo y suplicándote que guardes silencio. Estás sudando. La cosa sonríe tétricamente y luego no ves nada más.

Todo es penumbra nuevamente.