miércoles, 31 de agosto de 2011

Un regalo especial


No había casi nada rescatable en aquel lugar, sólo una pequeña mesa de cristal y una llave sobre ella; la joven que estaba ahí al medio miraba con un poco de asombro todo, girando la cabeza y luego todo el cuerpo, buscando algo que le indicara qué hacer.
Vestía unos bototos militares negros, con unas calzas de red y un vestido negro también algo corto. Su cabello negro largo, hasta media espalda y liso, le hacía juego. No sonreía, pero en sus ojos grises se podía ver que estaba feliz con lo que pasaba allí. Su respiración era tranquila, aunque se notaba cómo su pecho subía muchísimo más en comparación con otras veces; tenía intriga, no sabía qué pasaría ahora.
Hizo una suave mueca al acercarse a aquella mesa y tomar la llave entre sus manos. La miraba con cuidado intentando descifrar la puerta –o quizá otra cosa- que abría. Miró a su alrededor sin encontrar nada relevante: un mueble viejo vacío, un florero con dos tulipanes en él y un colgador con una chaqueta larga negra; sin pensarlo avanzó hacia ella y la tomó, la acercó a su rostro e inhaló profundamente llenándose los pulmones con aquel aroma embriagador.
Luego, buscó en los bolsillos alguna otra pista y efectivamente la encontró; un trozo de papel algo arrugado con un dibujo a lápiz medianamente bien hecho en él. Se dio cuenta que era una réplica de uno de los paneles en aquella habitación y poco a poco se fue acercando al lugar. Con la mano libre, apoyó sus dedos en las tablas verticales que habían, sintiendo al tacto una leve y casi imperceptible separación, contrariamente unos cincuenta centímetros más a la derecha unas pequeñas bisagras del mismo color café caoba de la pared, que a simple vista no se hubiesen distinguido. Tomó la llave nuevamente entre las manos e intentó abrir aquella puerta de todas las formas posibles sin encontrar absolutamente nada.
Hasta que se aburrió y decidió meterla entremedio de la separación usándola de palanca. Asombrosamente la pudo abrir de inmediato.
―Hola… ―dijo una voz aguda desde la punta de la otra habitación. Era de color pastel y había un gran ventanal. La otra chica estaba dándole la espalda al mirar por él; se veía que estaba de brazos cruzados y apoyando el peso de su cuerpo en una sola pierna. Vestía un pantalón café trigo y zapatillas de caña alta, junto con una sudadera holgada blanca que ocultaba su delgada figura. Tenía el cabello castaño claro y los ojos verdes.
La chica de los bototos por primera vez desde hace ya mucho tiempo, sonrió de oreja a oreja y se lanzó a los brazos de la otra, soltando una que otra lágrima.
Era el mejor cumpleaños desde hace ya mucho tiempo, verla de nuevo tan radiante, era lo mejor. La extrañaba, la añoraba, la necesitaba y ahora, la sentía bajo sus brazos… sentía su esencia y la tenía con delicadeza así, sin que pudiera apartarse.
―Feliz cumpleaños ―susurró la castaña con una media sonrisa, se separó un poco de la otra joven y de sobre la cama, sacó un paquete de regalo― …te extrañé.
―Yo también ―se apresuró a responder la pelinegra con su sonrisa exagerada abriendo el regalo. El mejor cumpleaños de mi vida, de verdad. Pensó nuevamente y sintió que todo aquel ambiente tenso que estaba acostumbrada a vivir se desvanecía un poco con la llegada de ella. Todo cambiaba, otra vez… sólo que ahora, para bien.
Al parecer

252179_214264028607945_206855126015502_708821_607013_n_large 

martes, 30 de agosto de 2011

Sonrisas

Eran diversas cosas las que le hacían olvidar. El humo del tabaco era uno de ellos y no dudaba, siempre que podía, en aprovecharlo y fumar. No era que le agradara mucho el olor, ni siquiera el sentir ese “algo” en los pulmones… sino que ese simple mareo que tenía después de calar fuerte y profundamente, le llenaba por completo. Luego sonreía y se dejaba tender sobre lo que hubiera cerca, ya fuera una cama, una silla, una mesa o incluso, el mismo piso.
Ésta vez, cómo estaba en el jardín, se tendió en el pasto y cerró los ojos sintiendo cómo el mundo giraba a sus pies. Las ideas de lo que tenía que hacer, decir y recordar sí o sí, se hacían cada vez más transparentes, yéndose a otro lugar. Dónde, no lo sabía, pero lejos. Muy lejos y fuera de aquella mente vacía.
Luego de estar un rato así se levantó y entró por la puerta de la cocina a su casa. El estómago lo tenía un poco revuelto por lo que sentía algo de nauseas… no tenía hambre, y ya era hora de almorzar así que se sirvió un café aprovechando que todavía quedaba agua caliente en la tetera.
Sonríe.
Aquella simple palabra había tenido ya tanto significado en su vida. Ya a sus dieciséis años no le encontraba el mismo significado que a sus once, o que a sus diez, quizá… porque ya a los once, la vida le pateaba quitándole algo que quería. Era una cuestión simple, algo de lo que se estaba comenzando a acostumbrar. No podía encariñarse con nada ni con nadie porque todo terminaba por irse y hacerla sufrir.
Así como murió su perro Cookie, como murió su mejor amigo, como pasó también con su hermano… Todo se iba. Por eso no se hacía expectativas y su sonrisa, con aquella hilera de dientes blancos y afilados y sus hoyuelos en las mejillas… dándole ese aspecto tierno y algo infantil; aquella sonrisa, era la que ponía cuando se decía que las cosas pasaban por algo, cuando sentía que nada podía marchar peor. Cuando se obligaba a tener una mínima esperanza, fuera lo que fuese. Sonreír no significaba lo mismo que para los demás.
Vestía con un short de jeans y una camiseta holgada blanca. Estaba descalza y el cabello castaño claro, algo ondulado, suelto. Por eso, cuando sintió la brisa que corría por el pasillo, producto de la ventana del fondo abierta, sitió cómo el pelo le rosaba los brazos haciéndole cosquillas.
Rió un poco, al todavía haberse olvidado medianamente de todo, se fue directamente a su habitación y sacó un libro de sobre la repisa para leer. Era un día común y silvestre, cómo cada día que pasaba, allí sola en su casa. Algo monótono que con el tiempo se convertía en nada más que su estilo de vida. Una extraña tranquilidad y un montón de sonrisas que al fin y al cabo, no servían de mucho. 


6096674356_a92976ccae_z_large

lunes, 29 de agosto de 2011

Asunto pendiente

Como sentir que el cariño y ternura que existe en tu alma, algún día servirá para algo; como saber, si lo que planeas se llevará a cabo; como pensar que todo lo que dices y haces, es producto de tus decretos, y como esbozar aquella sonrisa una vez más, aunque te cueste, sobre el nuevo amanecer que se aproxima. Queriendo ser partícipe, de absolutamente todo en aquel mundo cruel y frío del que te has hecho ciudadana.
No sientes, no piensas, no razonas y comienzas a olvidar.
Tu alma muerta va siendo desterrada de la tierra, y con paso liguero y llevadero sube hacia el cielo. Con los ojos aun cerrados te dejas llevar; tu cuerpo aún pesa y de la nada recuerdas todo lo que dejas atrás.
Tu familia, tus amigos, tú pequeña y adorada hija: Jessie. Ella no puede vivir sin una madre, es tan… pequeña, solo tiene tres años. Abres un ojo, y con el rabillo de éste observas los alrededores, acabas de pasar por una nube y al momento siguiente, te ves bajando hacia aquel calvario, otra vez.
Pues esa voz de infante te llama; le pide a gritos a alguien que su mami llegue para cuidarla, no tiene conciencia, no sabe siquiera que su madre ha muerto, y tú, tú sigues bajando hacia aquella pequeña y acogedora casa, hacia aquella habitación donde se encuentra la niña durmiendo, pidiendo a su mami, teniendo pesadillas.
Abres por completo los ojos, y los refriegas un poco, meneas la cabeza y te vez envuelta en una sábana blanca, algo translúcida y brillante. Al bajar te detuviste justo allí, al lado de la pequeña, quien ha dejado de llorar.
-Aquí estoy, jamás me iré. - Te dices más a ti misma que a la pequeña. Sabes que no te está oyendo, o tal vez sí, ya que se da vuelta y abre su pequeña boca con forma de cereza, respira profundamente y suelta un quejido, le tocas la frente, y la niña se sacude un poco, te das cuenta y sacas inmediatamente la mano. Al parecer te siente y por ello te pones feliz, y triste a la vez, pues sabes que en el fondo, ya te has ido de aquel mundo, y no regresarás.
Le das un beso en la frente, y la chica da otra sacudida; un escalofrío la recorre, lo percibes, estás a un paso de la puerta y la escuchas.
-Te quiero Mamá - Está despierta y lo sabes, sabes que te está mirando en este momento y nada de lo que presenciaste minutos atrás pasó en realidad, pero cuando la miras por última vez, la descubres aún dormida, todo sigue igual a como antes, tan solo está soñando contigo, con verte otra vez; viva.
Niegas con la cabeza porque sabes que eso es imposible, te das media vuelta otra vez, y cierras los ojos, él la cuidará bien, tu esposo siempre lo hizo con las dos.
Te elevas otra vez y en esta oportunidad, olvidas todo, ella te quiere y tú la quieres, quedará en un recuerdo lejano pase lo que pase…

282334_2049269385767_1065431144_32260545_5194091_n_large