lunes, 20 de enero de 2014

Te invito a un cigarrillo.

Reconocerte resulta un acto digno de admiración. Tanto que has cambiado, tanto que se ha ido de tu esencia, de tu ser, de tus ideas... Todo está revuelto. En un mar lleno de lágrimas y de canciones tristes. De melodías nostálgicas y de sueños rotos, siempre buscando esperanza. Y ni siquiera sé a estas alturas qué pueda significar la esperanza. Esperar. Pero esperar qué. Un "algo" sin definición que quizá nunca llegará; que buscará la forma de esquivar con cada decisión mal tomada, con cada paso mal dado, el pozo de oro al final del arcoíris. Pero claro, tú nunca podrás estar ahí.

Calma, calma. Toma todo con calma, sentémonos un segundo ahí y fumemos un cigarrillo hasta estar del todo bien. O lo que mayormente "del todo" pueda significar para mi, porque a estas alturas, sólo quiero estar. Qué suerte tienen algunos, qué suerte aquellos que sonríen y sienten bienestar al lograr las cosas que se proponen. ¿Y qué con aquellos nostálgicos de un pasado inexistente que con cada paso bien dado sienten que retroceden tres? ¿No hay bienestar para ellos? ¿Qué acaso no se lo merecen?

Demos un poco de lástima. Bebamos un trago de ese vaso. ¿Mal? ¿Qué significa mal a estas alturas? Mal es bien y bien, bien no existe. No existe nunca más. Fumemos otro cigarrillo, ven, yo te invito. Aquí a mi lado, aquí sentados sin aguantar el peso del mundo sobre los hombros.

¿Quién dijo que todo ésto sería fácil? ¿Quién dijo poder aguantar lo mismo una y otra vez? ¿Quién no se niega a los simples placeres de la vida y aún así se siente desdichado? Miénteme un rato. Ven y miénteme diciendo que todo va a estar bien. Qué todo va a cambiar. Que aquí y ahora, todo podrá mejorar.