sábado, 10 de septiembre de 2011

Paranoias


La cabeza me da vueltas y no puedo recuperar la cordura, ¿Hace cuánto la perdí? Al parecer, ni eso recuerdo. Imágenes que entran en mi mente como la dura presencia débil de algo que alguna vez ocurrió, cómo un frío vaso de agua que cae sin más sobre mí y que en cualquier momento, pasará de un simple hecho a una realidad extraña de la que me adentro cada día, a cada hora, presionando con sumo cuidado aquellas heridas que el tiempo ha olvidado cerrar, que la cicatriz no aparece por más que me esfuerce en olvidar; un par de besos no le hacen mal a nadie, pero tú, sin embargo estás enfurecido porque sin saberlo, cometí un pecado. La ignorancia te lleva por un rubro idóneo que poco a poco hace que olvides tu verdadera procedencia, tomé ese camino y con aquella idea en mi mente, intento no pensar, intento olvidar las cosas que me gustaría, y recordar las que se han esfumado, sin siquiera pedir permiso.
Soy una fiel sirviente de Satanás, estoy dentro del infierno de vivir desde hace mucho, desde el día en que me ignoraste, desde el día en que yo, cometí un error. Mi lecho de muerte se acerca con cada hora que transcurre, siento que la muerte se aproxima con todas las ganas de llevarme a mí, a su dulce y acogedor lugar, la sangre que corre por mis venas se nota diferente, está fría y cada vez mi corazón tarda más en dar cada latido, mis labios se han vuelto morados y debajo de mis ojos, hay unas enormes ojeras que hacen peso sobre mi liviano cuerpo, mis manos parecen de anciana: están tan arrugadas como lo está una pasa, y mis débiles rodillas tiemblan con cada segundo que se hace presente, tomo asiento y miro atentamente tus reacciones, miro como las piernas de esa chica se acercan a tus manos ¿O es al revés? Acaricias su cuerpo como si estuvieran solos, y eso, es lo que más asco da. Mis ojos comienzan a cerrase, como si el sueño me venciera de pronto, cómo cuando era pequeña y me esforzaba en no dormir de noche, sólo que, a estas alturas, se muy bien que no es sueño, y que si duermo, jamás despertaré.
Tus pupilas se fijan en mí, como si fueras la misma muerte que viene a llevarme, me miras con amargura y resentimiento, cómo si algo malo hubiera hecho ¿Fue así? Sólo pienso en que ansío una siesta y que ella, es una cualquiera. Si las miradas mataran, ya estaría muerta. En teoría eso está pasando, me dan unas ganas enormes de soltar una carcajada pero no puedo, mis fuerzas se agotan y sólo tengo la posibilidad de seguir allí, sin hacer nada. La muerte sigue mirándome, como si esperara a que ocurriera ahí mismo, al frente de tanta gente, sigue ahí con su rabia impura que ataca mis nobles sentimientos de niña y mujer.
El momento por fin llega, sueltas a la chica y corres a mí, ¿Me salvarás de esta muerte tan velada? ¿Abrirás las puertas del cielo para mí? Tocas mi frente y susurras un leve "Tienes fiebre" Sí, la temperatura corporal sube, y yo bajo hacia el suelo con cada palabra tuya, me miras una vez más, con odio, siento que tus ojos atraviesan los míos como espadas y de pronto la sangre comienza a correr, con la poca vista que tengo miro el suelo blanco manchado de rojo, y mi estómago agujerado. ¿Fuiste tú? ¿Me has matado? La sangre se esparce por el lugar y con mis últimas fuerzas susurro un "Te quiero" mis ojos se cierran y mi mente se queda en blanco. Descanso por fin.


- ¿Está bien? - Escucho mientras intento no abrir los ojos, una mujer de voz conocida está gritando cerca y esa voz tan perfecta suena una vez más, tal y como antes de que dormí. Me detengo a pensar, ¿Qué no había muerto?, estoy confundida e intentando aclarar las ideas siento como abren la puerta de un golpe.
- Se veía enferma, le pregunté que le pasaba y fue entonces cuando noté que tenía fiebre. Luego se desmayó. - Sí, era él sin duda, pero… ¿Estaba relatando mis últimos segundos de vida? Sin querer abrí un ojo, miré a mi madre y tuve que, obligadamente, sonreír.
- ¡Hija! Me dejaste preocupada. - Todo era una farsa, ni yo había muerto, ni él me quería matar.
- Al parecer estabas delirando, decías cosas raras en tus sueños. ¿Tan guapo piensas que soy? - Mis mejillas elevaron su color habitual y sin dudarlo cerré los ojos, ¿Qué diantres había dicho en sueños? Miré a mi madre suplicándole e intenté que me salvara de ésta, me guiñó un ojo y al instante presionó el botón rojo para que viniera una enfermera sin que él se diera cuenta. La agradecí en silenció y ahí, entró la chica vestida de blanco.
- Disculpen, Elle debe descansar. - Dijo al entrar y Bill cabizbajo salió de la habitación. ¿Qué había ocurrido? De seguro, otra de mis paranoias…

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